Ayuno por ti
Ayuno por ti
 

Consejos para hacer peticiones

El Señor suele invitarnos a caminar en el desprendimiento de nosotros mismos, del éxito en este mundo, de las riquezas materiales, de los apoyos de este mundo (desde la ciencia y la tecnología, a ideologías varias como la ideología de género) y nos invita a vivir una pobreza que es necesaria para descubrirlo en lo sencillo, lo invisible y cotidiano de cada día, en las relaciones personales cercanas (hijos, vecinos, esposos, etc.) en su Iglesia. El Señor nos pide tener la mirada puesta en el cielo, en lo espiritual, en el abandono a su amor, entregándole nuestras preocupaciones y miedos. Para Él nada es imposible, pero quiere que se lo pidamos con fe, que mantengamos sólo en Él nuestra esperanza y que perseveremos en esperarlo todo de Él, aunque no pueda atender nuestras peticiones como nosotros queremos. El peligro, en definitiva, es pedirle a Dios que encaje en nuestros planes y expectativas y no abandonarnos nosotros a sus planes. ¿Pero no sabe más Él que nosotros? ¿No nos ha demostrado ya con abundancia su amor y preocupación por nosotros?

 

Así que pidamos sobre todo ayuda para llevar la cruz, fuerzas para permanecer con fe, gracia para convertirnos cada día más. Si pedimos esto, el resto nos lo dará por añadidura. Muchos problemas que nos han llegado son "pruebas" o "cruces" de amor de las que emana salvación para muchas personas, pues el sufrimiento no es inútil, el ofrecimiento no es vano. Cuando es por amor, Dios lo eleva a acto "corredentor" que nos une a su pasión. Por eso dijo San Pablo con esperanza y alegría "completo en mi carne lo que falta a la pasión de Cristo" (Col 1, 24), porque no se trata sólo de creer en Cristo, sino de amarle, incluso padeciendo por Él (Flp 1, 29). El cristiano enamorado de Dios tiene una vocación a sufrir en comunión con el Señor y a beneficio de la comunidad eclesial (cfr. LG 8).

 

Que nuestras peticiones sean por lo tanto signo de nuestra fe en el amor de Dios y un modo de alcanzar su corazón desde la súplica filial, pero sobre todo para aprender a entrar en el misterio del sufrimiento por amor. Todos los ayunadores nos unimos en este ofrecimiento personal por las intenciones de cada uno de vosotros para que sepáis que no estáis solos. La Iglesia está con nosotros y en ella estamos con Cristo. Somos Iglesia. Esta vida pasa rápidamente y no sabemos cuánto tiempo tenemos. No se trata de tener salud y vivir más o mejor, ni de evitar el dolor o la incomodidad, sino de trabajar en el amor para vivir y morir santamente, porque estamos hechos para el cielo.

 

Algunos tenéis peticiones de gran envergadura que responden a grandes necesidades. Unas indicaciones útiles.

 

Ni es prescindible en esos casos el ayuno, ni se puede contemplar el ayuno como única solución (menos que menos el de un sólo miércoles). Para favorecer al máximo que Dios nos escuche y el éxito de nuestro ofrecimiento es imprescindible tratar de llevar una vida lo más santa posible. ¿Qué significa esto? Lo más importante lo podemos resumir en lo siguiente:

 

- Vivir con sinceridad, respeto y devoción los sacramentos, especialmente la Eucaristía (lo más frecuente posible) y la confesión (una al mes por lo menos);

- Rezar el rosario todos los días (aunque esto implique renunciar a deporte, ocio, TV, o comodidades varias);

Rezar de corazón varias veces al día al Señor tratando de tener un diálogo continuo con él, que está vivo y atento a lo que le decimos;

- Buscar un director espiritual que sea de oración y nos pueda ayudar en el discernimiento y en nuestro camino de fe;

Abandonar el deseo de encajar en el mundo, en su deseo de éxito material y reconocimiento, abrazando una vida sencilla y humilde basada en reducir el amor propio y aumentar la entrega a los demás (hasta que duela por lo menos);

Poner al centro de nuestro día al Señor confiando en Él, no en nuestros planes, es decir, buscar su voluntad en todo momento;

 

Pero también es importante buscar la pureza (en el cuerpo, la mirada y en el lenguaje), vivir en la verdad rechazando TODA mentira, no criticar ni murmurar o cotillear (aunque creamos tener razón), hacer un ofrecimiento a Dios por la mañana y rezarle antes de comer o dormir, bendecir y nunca maldecir, pero sobre todo acordarse de la Virgen María como una madre que siempre nos cuida y por la que podremos recibir todas las gracias de Dios.

 

En el cielo entra lo puro y Dios aquilata a sus hijos para que así puedan entrar. Su ideal no es menos que la perfección, por eso su primera preocupación no es que pasemos una vida cómoda y feliz, sino santa. La felicidad o vendrá de la santidad o no será auténtica. Dejémosle actuar en su infinita providencia en nuestra vida y pidámosle que nos enseñe a llevar la cruz antes de pedirle que nos la cambie o nos la quite, pues es la llave para el cielo y la vida eterna.

"AyunoXti"

"En cuanto a esta clase de demonios, no se les puede expulsar, sino por medio de la oración y el ayuno"

(Mt 17, 21)

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